El corte de pelo del diablo
Cuando empezó "El club de la comedia" en Canal+ lo solía ver todas las semanas. En España el género de la "stand-up comedy", tan popular en los países anglosajones, no tenía ninguna tradición, quizá lo más cercano que habíamos tenido en España era Miguel Gila. Yo creo que la clave para que este tipo de humor funcione está en el equilibrio entre un buen guión y un buen intérprete. A mí los guiones del principio me parecían muy buenos, no en vano estaban detrás de ellos, entre otros, Pablo Motos y Arturo González Campos, dos personajes a los que ya conocía de la radio, al primero del programa "La radio de Julia" (Otero), de Onda Cero, en el que él mismo hacía algo parecido a lo que después convirtió en formato televisivo, y al segundo también de un programa de radio que creo que emitía la misma cadena en las madrugadas de los fines de semana, que sólo llegué a escuchar dos o tres veces (luego desapareció), pero del que me llamó mucho la atención el ingenio de su conductor.
Luego la cosa se empezó a deteriorar y dejó de interesarme bastante. Los guiones fueron disminuyendo en calidad y empezaron a aparecer demasiado a menudo personajes para mí carentes de gracia que anteponían demasiado su personalidad a la historia en sí que contaban. A raíz de un comentario de ayer sobre las peluquerías, he decidido transcribir aquí uno de mis momentos favoritos del programa, en el que la gran Verónica Forqué hacía un divertidísimo monólogo sobre ese asunto.
"Las peluquerías
¿Se imaginan que van a por el periódico y dicen:
- ¿Me da El País?
Y el quiosquero les contesta:
- No, le voy a dar el Supertele... y este paquete de chicles de menta.
O que cogen un taxi:
- A la plaza de las Ventas, por favor.
Y el taxista les diga:
- No, le voy a llevar al Santiago Bernabéu, que a usted le pega ser del Madrid.
¡Pues eso es una peluquería! Un sitio donde pides una cosa, y el peluquero hace lo que le da la gana. Por esta razón, lo primero que haces cuando sales de la peluquería es buscar un espejo y ponerte el pelo a tu manera. Y digo yo, entonces, ¿para qué vas?
Yo creo que la peluquería es un sitio del que hay que desconfiar, porque todo te lo hacen por la espalda. Es curioso: engordas, te deprimes, estás celosa, y en vez de fugarte con Pierce Brosnan que es lo que deberíamos hacer todas, te vas a la peluquería, y le dices al peluquero:
- Córtame el pelo por aquí. Quiero un cambio de imagen radical.
Y ya lo creo que te cambia de imagen. Te deja como si hubieras metido la cabeza en una freidora. Te ves tan horrible que se te olvida la depresión que tenías, y te agarras otra. O sea, que en la peluquería no te quitan la depresión, simplemente te la cambian de sitio.
Y de ahí su éxito. En una peluquería, a los cinco minutos ya te han convertido en un adefesio, para que se te olviden las penas que traías. Te ves sentada enfrente de un espejo, en babero, embadurnada, con chorretones de tinte resbalándote lentamente por la cara colorada, la cabeza envuelta en papel albal y oliendo a huevo podrido. Y piensas: Solo falta que me salga un alien de la tripa, joder.
Estás hecha un espantajo, y es el momento en que la peluquera se aprovecha de ti para ponerte todavía más potingues. La técnica utilizada es la siguiente: primero, un poco de peloteo:
- Tienes una pestaña preciosa.
- ¿Ah sí? Muchas gracias.
Y luego te mete la cuña:
- Sí, son preciosas, lastima que...
- ¿Lástima que qué?????
- Que tengas el pelo tan pobre y apagado.
- ¿Pobre y apagado? ¡Que horror! ¿Y qué puedo hacer?
Y entonces te la coloca:
- Pues mira, por solo diecisiete mil pesetas, te voy a poner un tratamiento de colágeno de placenta de foca que veras como te quedas. ¡Diecisiete mil pesetas! Te dan ganas de decirle: "Oye, ¿y por qué no me estropeas las pestañas, que me saldría mas barato?"
Pero eres incapaz de negarte. Yo creo que con tanto olor a laca, te pillas un colocón de miedo, y por eso dices a todo que sí:
- Te voy a hacer unas mechas.
Y tú:
- Vale.
¡Desde luego hay que ver que obsesión tienen todas las peluqueras con hacerte mechas! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que una mujer entre en una peluquería y no salga rubia con mechas. Aunque sea rubia, también sale rubia con mechas.
Que esto es otro truco de las peluquerías para hacerte clienta de por vida. Una vez que te tiñes, ya estas condenada a seguir acudiendo de por vida, para no desteñirte, porque en las peluquerías nada es permanente, ni siquiera la permanente es permanente.
A veces vas a la peluquería con un recorte de una revista para que te corten el pelo como a Meg Ryan. En realidad no quieres el pelo de Meg Ryan, quieres la cara de Meg Ryan, el cuerpo de Meg Ryan, el dinero de Meg Ryan... Y entonces las peluqueras se tienen que buscar la vida para explicarte que, con esos cuatro pelos cabreados que te quedan, y que además te nacen en la coronilla, es imposible lograr un flequillo espeso, y que lo más que pueden hacerte es el moño de Betty Misiego.
Pero lo peor es cuando la peluquera termina contigo y te miras al espejo. Te ves rara, como con cara de asustada, y vuelves a casa escondiéndote en los portales, para que no te vea nadie conocido. Y como necesitas que alguien te diga que te queda bien, le preguntas a tu marido:
- Cariño, ¿te gusta?
- ¿Qué es lo que me tiene que gustar?
- Pues el pelo.
- Ah, el pelo. Sí, sí, estás muy guapa... ¿Y cómo lo llevabas antes?
- Pues era skin head, no te jode. ¿Y tú? ¿Cómo llevabas antes el pelo? Antes por lo menos llevabas...
Total, que al final, tanto esfuerzo para nada. Porque él nunca lo nota... ¿Saben lo que pienso hacer la próxima vez que me encuentre un poco depre y me entren ganas de meterme en una peluquería? Pues fugarme con Pierce Brosnan, a ver si de eso se da cuenta mi marido..."
Luego la cosa se empezó a deteriorar y dejó de interesarme bastante. Los guiones fueron disminuyendo en calidad y empezaron a aparecer demasiado a menudo personajes para mí carentes de gracia que anteponían demasiado su personalidad a la historia en sí que contaban. A raíz de un comentario de ayer sobre las peluquerías, he decidido transcribir aquí uno de mis momentos favoritos del programa, en el que la gran Verónica Forqué hacía un divertidísimo monólogo sobre ese asunto.
"Las peluquerías
¿Se imaginan que van a por el periódico y dicen:
- ¿Me da El País?
Y el quiosquero les contesta:
- No, le voy a dar el Supertele... y este paquete de chicles de menta.
O que cogen un taxi:
- A la plaza de las Ventas, por favor.
Y el taxista les diga:
- No, le voy a llevar al Santiago Bernabéu, que a usted le pega ser del Madrid.
¡Pues eso es una peluquería! Un sitio donde pides una cosa, y el peluquero hace lo que le da la gana. Por esta razón, lo primero que haces cuando sales de la peluquería es buscar un espejo y ponerte el pelo a tu manera. Y digo yo, entonces, ¿para qué vas?
Yo creo que la peluquería es un sitio del que hay que desconfiar, porque todo te lo hacen por la espalda. Es curioso: engordas, te deprimes, estás celosa, y en vez de fugarte con Pierce Brosnan que es lo que deberíamos hacer todas, te vas a la peluquería, y le dices al peluquero:
- Córtame el pelo por aquí. Quiero un cambio de imagen radical.
Y ya lo creo que te cambia de imagen. Te deja como si hubieras metido la cabeza en una freidora. Te ves tan horrible que se te olvida la depresión que tenías, y te agarras otra. O sea, que en la peluquería no te quitan la depresión, simplemente te la cambian de sitio.
Y de ahí su éxito. En una peluquería, a los cinco minutos ya te han convertido en un adefesio, para que se te olviden las penas que traías. Te ves sentada enfrente de un espejo, en babero, embadurnada, con chorretones de tinte resbalándote lentamente por la cara colorada, la cabeza envuelta en papel albal y oliendo a huevo podrido. Y piensas: Solo falta que me salga un alien de la tripa, joder.
Estás hecha un espantajo, y es el momento en que la peluquera se aprovecha de ti para ponerte todavía más potingues. La técnica utilizada es la siguiente: primero, un poco de peloteo:
- Tienes una pestaña preciosa.
- ¿Ah sí? Muchas gracias.
Y luego te mete la cuña:
- Sí, son preciosas, lastima que...
- ¿Lástima que qué?????
- Que tengas el pelo tan pobre y apagado.
- ¿Pobre y apagado? ¡Que horror! ¿Y qué puedo hacer?
Y entonces te la coloca:
- Pues mira, por solo diecisiete mil pesetas, te voy a poner un tratamiento de colágeno de placenta de foca que veras como te quedas. ¡Diecisiete mil pesetas! Te dan ganas de decirle: "Oye, ¿y por qué no me estropeas las pestañas, que me saldría mas barato?"
Pero eres incapaz de negarte. Yo creo que con tanto olor a laca, te pillas un colocón de miedo, y por eso dices a todo que sí:
- Te voy a hacer unas mechas.
Y tú:
- Vale.
¡Desde luego hay que ver que obsesión tienen todas las peluqueras con hacerte mechas! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que una mujer entre en una peluquería y no salga rubia con mechas. Aunque sea rubia, también sale rubia con mechas.
Que esto es otro truco de las peluquerías para hacerte clienta de por vida. Una vez que te tiñes, ya estas condenada a seguir acudiendo de por vida, para no desteñirte, porque en las peluquerías nada es permanente, ni siquiera la permanente es permanente.
A veces vas a la peluquería con un recorte de una revista para que te corten el pelo como a Meg Ryan. En realidad no quieres el pelo de Meg Ryan, quieres la cara de Meg Ryan, el cuerpo de Meg Ryan, el dinero de Meg Ryan... Y entonces las peluqueras se tienen que buscar la vida para explicarte que, con esos cuatro pelos cabreados que te quedan, y que además te nacen en la coronilla, es imposible lograr un flequillo espeso, y que lo más que pueden hacerte es el moño de Betty Misiego.
Pero lo peor es cuando la peluquera termina contigo y te miras al espejo. Te ves rara, como con cara de asustada, y vuelves a casa escondiéndote en los portales, para que no te vea nadie conocido. Y como necesitas que alguien te diga que te queda bien, le preguntas a tu marido:
- Cariño, ¿te gusta?
- ¿Qué es lo que me tiene que gustar?
- Pues el pelo.
- Ah, el pelo. Sí, sí, estás muy guapa... ¿Y cómo lo llevabas antes?
- Pues era skin head, no te jode. ¿Y tú? ¿Cómo llevabas antes el pelo? Antes por lo menos llevabas...
Total, que al final, tanto esfuerzo para nada. Porque él nunca lo nota... ¿Saben lo que pienso hacer la próxima vez que me encuentre un poco depre y me entren ganas de meterme en una peluquería? Pues fugarme con Pierce Brosnan, a ver si de eso se da cuenta mi marido..."
Fastuoso, que risas de monólogo! La verdad que las pocas veces que he visto "el club de la comedia" siempre me ha parecido un poco chungo, pero éste es buenisimo.
Nada, que el usuario anónimo soy yo, que me he colado. :P
Muy bueno, si señor. Comentaba el otro dia con un amigo lo fácil que era hacer un monólogo de estos. Casi todos tienen la misma estructura: parten de cosas cotidianas que a todos nos pasan diariamente, y que provocan la risa del espectador mas que nada por complicidad (aunque también depende de quien lo interprete: no es lo mismo la Forqué que el manido de Fuentes...)
Yo también recuerdo uno de la Forqué que me encantó, creo que iba sobre las infidelidades. Y otro de Luisa Martín sobre las compras en los supermercados.
Probablemente sean fáciles de hacer, y todos, en mayor o menos medida hemos hecho alguna vez este tipo de comentarios jocosos sobre situaciones cotidianas, pero también es verdad que no siempre funcionan, también tiene su arte.
Aquí en Inglaterra hay una gran tradición del género, y hay auténticos genios. Los propios cómicos suelen ser los guionistas, y es admirable cómo se pueden tirar "largando" cosas así durante una actuación de una hora y media.
donde este arevalo....
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