Una semana en el motor de un Nissan Micra
Desde luego, las vacaciones más gélidas de mi historia personal. Frío aparte, se puede decir que me lo pasé bastante bien, aunque tengo algo de regusto agridulce, porque, hay qué ver, ni siquiera en vacaciones soy capaz de relajarme del todo y dejarme llevar, siempre con las mismas preocupaciones rondando por la cabeza, intentando analizarlo todo y sacar conclusiones precipitadas de lo que será mejor para mí y mi futuro. Pero sobre eso y sobre un problema que tengo y que cada vez se hace más evidente, hablaré al final, primero un repaso por los hechos en orden cronológico. Hoy la cosa va a ser algo larga.
Las vacaciones empezaron un poco torcidas. En el aeropuerto todo parecía ir con normalidad, ninguna señal de un posible retraso. Nos embarcaron en el avión a la hora prevista, pero nada más sentarnos, el capitán anuncia que hasta tres horas y media después, como mínimo, no podremos despegar, debido a la nieve en Madrid. Además, tendremos que permanecer todo ese tiempo dentro del avión, porque debemos movernos a otra parte del aeropuerto para no molestar. Al final, gracias a mi vecina de asiento, una chica inglesa muy maja que vive en Calatayud (!) con su novio, se hizo bastante más ameno de lo esperado. Nos contamos nuestras vidas como si nos conociéramos de siempre. Al llegar a Madrid, me fui con Iria a una reunión de su trabajo y a casa de unas compañeras de la escuela que necesitaban que alguien presenciara una improvisación que debían hacer en clase al día siguiente. Extraño, curioso y divertido.
El jueves estuve un rato paseando por Sol y Gran Vía y, en la única ocasión en que pasé por delante y no había cola, me metí en Madrid Rock, la famosa tienda de discos que va a cerrar y está liquidando existencias. No duré mucho, porque había demasiada gente, las estanterías estaban arrasadas y no tenía paciencia ni para buscar ni para ponerme a la cola aún más grande que había para pagar. Di un larguísimo paseo por la Castellana, con paradas en la torre Windsor (sí, está churrasco, churrasco), torre Picasso (para mí el edificio más bonito de Madrid) y el Bernabeu (otra vez mi extraña vena futbolística). Luego quedé con Chesca, con la que estuve hablando de nuestros comunes ex-compañeros de trabajo y de cómo está la situación laboral en España. Ella me lo pintó todo bastante negro y dice que está pensando en volverse a Londres. Antes de irme a casa, decidí echar un vistazo en la Fnac, y cuando ya me iba, recibí una llamada de Laura y un mensaje de mi fan número uno. Quedé con Laura para tomar algo y luego me fui de copas con mi fan, guapísimo y encantador, en una noche que recordaré, entre otras cosas, porque bebí demasiado y porque perdí y, milagrosamente, recuperé mi iPod. Ese pedazo de onda...
El viernes Iria se levantó a las siete de la mañana para ir a trabajar. Aunque yo había llegado a eso de las cuatro, en el momento me pareció una gran idea acompañarla al trabajo. Iria trabaja en una empresa de animación que hace sesiones didácticas para niños en colegios de Madrid con un planetario hinchable. Me lo pasé genial, los niños siempre tienen salidas imprevisibles y desternillantes, pero cuando acabamos estaba cansadísimo y me pasé toda la tarde durmiendo. Por la noche fuimos a cenar a casa de unas amigas de Iria (las mismas de la improvisación del primer día). En principio habíamos hablado de ir esa noche al Ocho y Medio, pero nos acabaron dando las mil y nos fuimos directamente a casa.
El sábado nos levantamos muy tarde, luego estuvimos un rato en casa y después paseando por Fuencarral, y, ya de noche, nos fuimos a casa a ver el partido (Deportivo-Madrid). Como éramos dos seguidores de cada equipo, hicimos una extraña apuesta, que consistía en que los que perdieran (finalmente Nacho y yo) debían invitar a los otros a una "leche de brontosaurio" (una de esas asquerosas bebidas de chupitería) en un local de heavies de Malasaña. Fue una situación muy surrealista, estar en aquel local decorado con dinosaurios, siendo casi los únicos no-heavies y bebiendo aquella cosa rosa de una jarra de litro y medio. Luego tomamos otra copa en el bar de al lado y nos fuimos a dormir.
El domingo nos fuimos a comer fuera y a dar más paseos: Palacio Real, Templo de Debod, Moncloa. Esa noche, en casa, muy cansados, nos pusimos a ver "Un paso adelante" y "Aventura en África" (Paula Vázquez y su falta de costillas dio para muchos momentos divertidos). Mi plan era irme para la habitación y escuchar los Óscar por la radio (no teníamos Canal+), pero a las dos de la mañana, más o menos, Aloia propuso que nos tomáramos una copa en casa. Sergio, Nacho y yo dijimos que sí, y lo que iba a ser una copa se convirtieron en cuatro, y, ya emocionadísimos, nos pillamos un taxi y nos fuimos a Chueca a un bar de lesbianas a bailar desaforadamente (nada más entrar, "Retorciendo palabras"). Regresamos a casa a las 7, o así, cuando ya se sabían todos los ganadores de los Óscar, y antes de irnos a dormir acabamos debatiendo vehementemente sobre "Mar adentro" (una vez más, buf).
El lunes, ya muerto, quedé con Laura para ir al cine, a ver "Entre copas" ("Sideways"), que me pareció a ratos muy divertida y me tocó el corazoncito en bastantes ocasiones también, quizá debido a lo sensible de mi estado de ánimo en el momento. Me desahogué mucho con Laura en una conversación sobre mi vida y hacia dónde va encaminada.
En Heathrow, esta tarde, mientras esperaba a que saliera mi maleta, vi a la oscarizada Cate Blanchett, guapísima y muy delgada. Y en Madrid me encontré a Carmelo Gómez, Maxim Huerta (también muy guapo) y Javier Gurruchaga (casualmente en Chueca).
Estos son más o menos los hechos, pero emocionalmente, he de decir que las vacaciones fueron muy claramente de mejor a peor. Y uno de los culpables, que es ese problema del que hablaba en el primer párrafo, es el alcohol. Que el primer día me emborrachara mucho es entendible (precisamente por ser el primer día y por la falta de costumbre). Pero lo que ya me preocupa bastante seriamente es lo de las depresiones de caballo que me producen las resacas. Si unimos eso a que me encuentro en un momento en el que me estoy planteando si quiero seguir aquí mucho más tiempo o no, el resultado fue unas comeduras de coco muy preocupantes. En momentos así, no soy capaz de pensar con claridad, me da la sensación de no estar seguro sobre nada, me vuelvo absolutamente caótico mentalmente y estoy ejercitando todo el rato mi cabeza, pensando a toda velocidad una cosa tras otra, martilleándome todo el rato. Y es agotador.
Así que algo tendré que hacer al respecto (beber menos, o nada, es lo obvio). En cuanto a la sensación general que me ha dado Madrid, pues la de una ciudad que tiene cosas que me gustan mucho y otras que no tanto (igual que Londres, al fin y al cabo). ¿Sería capaz de vivir allí? Sí. ¿Se me ha pasado por la cabeza la posibilidad de irme en un plazo más o menos corto? Sí. ¿Me ha gustado tanto que ya he tomado la decisión de hacerlo? No, todavía no.
Al llegar aquí, ya en el aeropuerto me he sentido bien, y no sé si es porque ya me había recuperado de tanto bajón o si hay algo más. He llamado a Ana y me he sentido todavía mejor, he tenido la sensación de que estaba en casa.
A ver mañana.
Las vacaciones empezaron un poco torcidas. En el aeropuerto todo parecía ir con normalidad, ninguna señal de un posible retraso. Nos embarcaron en el avión a la hora prevista, pero nada más sentarnos, el capitán anuncia que hasta tres horas y media después, como mínimo, no podremos despegar, debido a la nieve en Madrid. Además, tendremos que permanecer todo ese tiempo dentro del avión, porque debemos movernos a otra parte del aeropuerto para no molestar. Al final, gracias a mi vecina de asiento, una chica inglesa muy maja que vive en Calatayud (!) con su novio, se hizo bastante más ameno de lo esperado. Nos contamos nuestras vidas como si nos conociéramos de siempre. Al llegar a Madrid, me fui con Iria a una reunión de su trabajo y a casa de unas compañeras de la escuela que necesitaban que alguien presenciara una improvisación que debían hacer en clase al día siguiente. Extraño, curioso y divertido.
El jueves estuve un rato paseando por Sol y Gran Vía y, en la única ocasión en que pasé por delante y no había cola, me metí en Madrid Rock, la famosa tienda de discos que va a cerrar y está liquidando existencias. No duré mucho, porque había demasiada gente, las estanterías estaban arrasadas y no tenía paciencia ni para buscar ni para ponerme a la cola aún más grande que había para pagar. Di un larguísimo paseo por la Castellana, con paradas en la torre Windsor (sí, está churrasco, churrasco), torre Picasso (para mí el edificio más bonito de Madrid) y el Bernabeu (otra vez mi extraña vena futbolística). Luego quedé con Chesca, con la que estuve hablando de nuestros comunes ex-compañeros de trabajo y de cómo está la situación laboral en España. Ella me lo pintó todo bastante negro y dice que está pensando en volverse a Londres. Antes de irme a casa, decidí echar un vistazo en la Fnac, y cuando ya me iba, recibí una llamada de Laura y un mensaje de mi fan número uno. Quedé con Laura para tomar algo y luego me fui de copas con mi fan, guapísimo y encantador, en una noche que recordaré, entre otras cosas, porque bebí demasiado y porque perdí y, milagrosamente, recuperé mi iPod. Ese pedazo de onda...
El viernes Iria se levantó a las siete de la mañana para ir a trabajar. Aunque yo había llegado a eso de las cuatro, en el momento me pareció una gran idea acompañarla al trabajo. Iria trabaja en una empresa de animación que hace sesiones didácticas para niños en colegios de Madrid con un planetario hinchable. Me lo pasé genial, los niños siempre tienen salidas imprevisibles y desternillantes, pero cuando acabamos estaba cansadísimo y me pasé toda la tarde durmiendo. Por la noche fuimos a cenar a casa de unas amigas de Iria (las mismas de la improvisación del primer día). En principio habíamos hablado de ir esa noche al Ocho y Medio, pero nos acabaron dando las mil y nos fuimos directamente a casa.
El sábado nos levantamos muy tarde, luego estuvimos un rato en casa y después paseando por Fuencarral, y, ya de noche, nos fuimos a casa a ver el partido (Deportivo-Madrid). Como éramos dos seguidores de cada equipo, hicimos una extraña apuesta, que consistía en que los que perdieran (finalmente Nacho y yo) debían invitar a los otros a una "leche de brontosaurio" (una de esas asquerosas bebidas de chupitería) en un local de heavies de Malasaña. Fue una situación muy surrealista, estar en aquel local decorado con dinosaurios, siendo casi los únicos no-heavies y bebiendo aquella cosa rosa de una jarra de litro y medio. Luego tomamos otra copa en el bar de al lado y nos fuimos a dormir.
El domingo nos fuimos a comer fuera y a dar más paseos: Palacio Real, Templo de Debod, Moncloa. Esa noche, en casa, muy cansados, nos pusimos a ver "Un paso adelante" y "Aventura en África" (Paula Vázquez y su falta de costillas dio para muchos momentos divertidos). Mi plan era irme para la habitación y escuchar los Óscar por la radio (no teníamos Canal+), pero a las dos de la mañana, más o menos, Aloia propuso que nos tomáramos una copa en casa. Sergio, Nacho y yo dijimos que sí, y lo que iba a ser una copa se convirtieron en cuatro, y, ya emocionadísimos, nos pillamos un taxi y nos fuimos a Chueca a un bar de lesbianas a bailar desaforadamente (nada más entrar, "Retorciendo palabras"). Regresamos a casa a las 7, o así, cuando ya se sabían todos los ganadores de los Óscar, y antes de irnos a dormir acabamos debatiendo vehementemente sobre "Mar adentro" (una vez más, buf).
El lunes, ya muerto, quedé con Laura para ir al cine, a ver "Entre copas" ("Sideways"), que me pareció a ratos muy divertida y me tocó el corazoncito en bastantes ocasiones también, quizá debido a lo sensible de mi estado de ánimo en el momento. Me desahogué mucho con Laura en una conversación sobre mi vida y hacia dónde va encaminada.
En Heathrow, esta tarde, mientras esperaba a que saliera mi maleta, vi a la oscarizada Cate Blanchett, guapísima y muy delgada. Y en Madrid me encontré a Carmelo Gómez, Maxim Huerta (también muy guapo) y Javier Gurruchaga (casualmente en Chueca).
Estos son más o menos los hechos, pero emocionalmente, he de decir que las vacaciones fueron muy claramente de mejor a peor. Y uno de los culpables, que es ese problema del que hablaba en el primer párrafo, es el alcohol. Que el primer día me emborrachara mucho es entendible (precisamente por ser el primer día y por la falta de costumbre). Pero lo que ya me preocupa bastante seriamente es lo de las depresiones de caballo que me producen las resacas. Si unimos eso a que me encuentro en un momento en el que me estoy planteando si quiero seguir aquí mucho más tiempo o no, el resultado fue unas comeduras de coco muy preocupantes. En momentos así, no soy capaz de pensar con claridad, me da la sensación de no estar seguro sobre nada, me vuelvo absolutamente caótico mentalmente y estoy ejercitando todo el rato mi cabeza, pensando a toda velocidad una cosa tras otra, martilleándome todo el rato. Y es agotador.
Así que algo tendré que hacer al respecto (beber menos, o nada, es lo obvio). En cuanto a la sensación general que me ha dado Madrid, pues la de una ciudad que tiene cosas que me gustan mucho y otras que no tanto (igual que Londres, al fin y al cabo). ¿Sería capaz de vivir allí? Sí. ¿Se me ha pasado por la cabeza la posibilidad de irme en un plazo más o menos corto? Sí. ¿Me ha gustado tanto que ya he tomado la decisión de hacerlo? No, todavía no.
Al llegar aquí, ya en el aeropuerto me he sentido bien, y no sé si es porque ya me había recuperado de tanto bajón o si hay algo más. He llamado a Ana y me he sentido todavía mejor, he tenido la sensación de que estaba en casa.
A ver mañana.
no me hables no me hables del alcohol... oh my... Era tu primera vez aquí? Si vivieras no andarías tan turístico...
Ya, si viviera no andaría tan turístico ni tan alcohólico. En contra de lo que pueda parecer, era algo así como mi cuarta o quinta vez (algunas muy breves),
Te he descubierto gracias al blog de telecine, y me ha hecho mucha gracia tu alias. Es igual que mi cuenta corriente, vamso que esto está fatal fatal. E intuyo que algo tienes que ver com mi profesión...
Pues lo cierto es que la explicación de mi alias no va por ahí, aunque mis deudas con Visa no son moco de pavo.
Lo de que algo tengo que ver con tu profesión... es un poco vago. No es difícil encontrar relaciones entre las cosas, aunque sean insospechadas. Pero soy filólogo, aunque no ejerzo como tal (siempre que digo lo de "soy filólogo", me entra complejo de Anita Obregón y su "soy bióloga").
Me alegro mucho de que estés de vuelta... aunque a ti seguro que lo de seguir de vacaciones no te hubiese importado...
Besitos de bienvenida!
Ana Hache
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